RAMON BASC

 

RAMÓN BASCUÑANA. DESNUDA LUZ DE LA MELANCOLÍA. XXI PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA CIUDAD DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. AYUNTAMIENTO DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2017

Mucho se ha escrito sobre la función salvífica de la poesía, sobre el efecto cuaterizador que ejerce sobre el poeta, sobre su eficaz manera de expulsar a los demonios que envenenan la existencia pero, honestamente, creo que otorgarle esas funciones resulta ser, incluso para el mismo poeta que lo pone en práctica, más una coartada semántica o un ejercicio cargado de voluntarismo que un hecho verificable. No se me oculta que, en algunos casos, la poesía ha supuesto una liberación emocional y una especie de escudo para repeler ciertos ajustes con la vida, pero la continuada disposición del poeta a utilizar el poema con ese fin va restándole efectividad, como suele ocurrir con los fármacos al uso: «¿Por qué tanto esfuerzo / y ese dolor que solo quien escribe / es capaz de sentir en carne viva? // ¿por qué no claudicar / y abandonar el arte de las letras? / La rendición es signo de cordura». Otra cosa es, como ocurre en la obra de Ramón Bascuñana que de la conciencia de ese desajuste entre lo idealizado y lo real surja una poesía que haga de la indagación en esas contradicciones su propia esencia creativa: «La lectura ya no alivia mi pena / y escribir no libera mi angustia», escribe en el poema que da título al libro. Seamus Heaney, en un pequeño ensayo titulado «Enderezar la poesía» se refería tangencialmente a esta circunstancia del siguiente modo: «…constantemente (está hablando de la poesía) recurrimos a su capacidad para enderezar, para reparar las cosas —como agente que proclama y corrige injusticias—. Pero al desempeñar esa función, los poetas corren el peligro de menospreciar otro imperativo, que es, en concreto, el de enderezar la poesía en tanto que poesía, el de situarla en la categoría que le corresponde —un lugar preeminente establecido por medios claramente lingüísticos y gracias a la presión que estos ejercen».

     La melancolía, un concepto un tanto escurridizo porque se aviene a estados del alma no siempre coincidentes ni siquiera para los especialistas, expresa, desde luego, una sensación de desajuste con la existencia. Puede ser motivada por ese cansancio vital que provoca apatía, indolencia y desinterés por las cosas del mundo pero también puede surgir de una decepción emocional de gran calibre, la ausencia, el abandono o la muerte de un ser querido, por ejemplo. Desnuda luz de la melancolía, el último libro de Bascuñana (Alicante, 1963) mantiene un equilibrio entre ambas propuestas, un equilibrio necesario que, probablemente, se fundamente en la fluctuante toma de postura con respecto de las atribuciones concedidas a las palabras: «Soy —escribe en el primer poema del libro— un superviviente en mitad de la nada, / un náufrago que anhela refugiarse en alguna playa / de la infancia perdida y levantar castillos / de arena con palabras escritas en la brisa / de la melancolía».

     En el iluminador prólogo del libro, escrito al alimón por Luis Bagué Quílez y Joaquin Juan Penalva y titulado muy significativamente «Una escritura, una poética, una vida», los autores afirman que «la poesía, en Bascuñana, no es tanto un ejercicio intelectual como una forma de estar en el mundo, de manera que vida y poesía constituyen entidades recíprocas». Esa identificación entre vida y escritura, de la que, por otra parte, venimos hablando desde el comienzo de estas líneas, es la que provoca la constante reflexión metapoética que recorre no solo este libro, sino la obra entera de Ramón. Pocos son los poemas de este libro que se escapen a esta categorización porque la indagación en el origen del poema no deja de ser, además, una exploración en la propia identidad. La palabra falsea la realidad como hacen los espejos convexos. La palabra inventa en el poema una realidad desconocida en muchas ocasiones hasta para el propio poeta: «No es difícil escribir el poema. / Lo difícil es que diga su verdad / silenciosa entre tantas palabras». La verdad del poema es la única que debe interesar al lector, esto lo sabe bien Ramón Bascuñana, por eso construye en ellos un refugio espiritual en el que la realidad no tiene tanto protagonismo como el deseo. El poema titulado «El poema» refleja lo aquí apuntado con mayor convicción y una economía de medios envidiable: «El poema: palabras, / un orden asumido, / la búsqueda del tiempo, / pero también misterio, / el cruce inesperado / de la sombra de un ángel / y el brillo de un espejo».

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