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ADAM ZAGAJEWSKI. ASIMETRÍA. TRADUCCIÓN DE XAVIER FARRÉ. EDITORIAL ACANTILADO, 2017

«La poesía es, de entre las artes, la menos técnica, no surge del taller, o de la teoría, no surge de la ciencia (aunque, añadamos, tener una formación no perjudica a nadie, ni tan siquiera a un poeta), sino que surge de la emoción de la mente y el corazón que no se puede ni prever ni planear —unos años atrás Leonard Cohen habló hermosamente de esto en este mismo lugar— . Por eso, los poetas no se conocen a sí mismos, suelen vivir en la inseguridad, esperando pacientemente la hora en la que se abren las puertas de la lengua». Con este párrafo comenzó la intervención de Adam Zagajewski en la ceremonia de entrega del Premio Princesa de Asturias de las Letras. No sorprende a sus lectores que reivindique la emoción (recordemos que uno de su libros de ensayo más celebrados se titula En defensa del fervor) con una condición imprescindible no solo para cualquier actividad artística y literaria sino para quien actúa únicamente como receptor de la obra. Actualmente no se recurre a la coartada de la belleza o de lo comprensible, sino a lo que es capaz de provocarnos emociones, sean estas del tipo que sean. No es menos cierto, además, que la poesía de Adam Zagajeswki (Lov, actualmente Ucrania, 1945) emociona como pocas lo hacen hoy en día, quizá más pendientes de transgresiones formales o semánticas que de trasmitir esa complicidad emocional tan necesaria para seducir al lector, al espectador. Publicado en su idioma original en 2014, Asimetría llega ahora al público español, un público que siempre ha deparado a Zagajewski un trato privilegiado, en la traducción de Xavier Farré, uno de los mejores especialistas en poesía polaca (junto a Abel Murcia y Gerardo Beltrán).

     El título nos sugiere una distorsión, un desequilibrio cifrado quizá en un balance de pérdidas y ganancias que se inclina ya hacia las primeras de forma inevitable porque el paso del tiempo va haciendo mella en afectos y amistades, pero el título también parece referirse a la distancia que media entre los datos que la memoria conserva y su traslación a la escritura, donde parece cuestionarse la visión que se tuvo de ellos en el pasado: «Y cómo esta asimetría, esta fuerte asimetría, / durante muchos años, incluso décadas, / no me permitía verla / bajo la intensa luz de la verdad, / intensa e intrincada, / intrincada y justa, / justa e inalcanzable, / inalcanzable y espléndida».

   Quien sufre los avatares del tiempo es un superviviente que lucha día a día por atesorar las emociones, por conservar a los seres queridos que ya no están en la memoria y la escritura debemos entenderla más que como homenaje a esos seres ausentes, como un cauterio para restañar las heridas. Algunos poemas son paradigmáticos en este aspecto, como «El señor Wladzio» que finaliza con estos versos: «La calle Karmelicka no notó que se hubiera ido: / los tranvías gritan en la curva, / los castaños florecen cada año con éxtasis»; «Ha muerto Krzys Michalski» («Él, de entre mis innumerables conocidos, / era quien podía pasar por alguien un poco inmortal») o el titulado «El primo Hannes»: «Murió de repente, no era en absoluto viejo, / y tantas cosas que han quedado no esclarecidas, / y que todavía dan vueltas encima de nosotros, / de día y de noche».

   Asimetrías, a pesar de estar dividido en tres partes, no parece tener una estructura muy homogénea porque los temas de los poemas son fácilmente intercambiables y varios de ellos podrían, a juicio de este lector, estar en cualquiera de las secciones. Quizá el hilo que los enlaza se establezca con más firmeza gracias a la persistencia de un tono elegiaco que a un argumento común, aunque las relaciones familiares —siempre tensas, especialmente con su madre—, se poeticen en estados diferentes: «Acerca de mi madre», poema que comienza con estos implacables versos: «Acerca de mi madre no sabría decir nada, / cómo repetía vas a lamentarlo / cuando yo no esté, y yo no creía / ni en ya ni en no esté» y que finaliza de forma desgarrada: «…y cómo me lo perdonaba todo / y cómo lo recuerdo todo, y cómo volé de Houston / a su entierro y no supe decir nada, / y sigo sin saberlo», pertenece a la primera parte, como «Mar del Norte». «Studiówka» y «Ensayo» a la segunda; «Concurso», a la tercera. En todos ellos predomina un sentimiento ambivalente con respecto de su madre. El poeta parece no encontrar un lugar sereno en la conciencia donde puedas asentar su recuerdo, quizá porque «Las almas no se encuentran casi nunca, / los cuerpos luchan al amparo de la oscuridad».

   La poesía de Zagajewski está imbricada en la convulsa historia de su país, pero en sus últimos libros ese escenario ha perdido intensidad a favor de una poesía de carácter más íntimo, una intimidad muy presente en este libro, como hemos visto en los poemas dedicados a su madre, pero también a familiares y amigos, como en el poema «Desconsuelo por la pérdida de un amigo»: «Mi amigo no ha muerto, mi amigo vive / Pero no puedo encontrarlo, no puedo verlo / No nos está permitido hablar entre nosotros / Mi amigo se esconde de mí». Sí persiste, sin embargo, Zagajewski en el convencimiento primigenio de que el lenguaje, el poema puede transformar la realidad y la conciencia, por eso se atreve a escribir que «Cada poema, incluso el más breve, / puede transformarse en un largo poema floreciente, / y dar la sensación de que podría incluso estallar / porque por doquier se esconden unas reservas / inconmensurables de crueldad y de maravillas y esperan / pacientes nuestras miradas que puedan liberarlas / y extenderlas como se extienden las cintas de carreteras en verano». Esa confianza, nos trasmite un elevado grado de esperanza, lo que no es poco, teniendo en cuenta el clima de pesimismo en el que vivimos.

*Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 3/11/2017

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