LIZ BERRY
PATRIA NEGRA
Los transeúntes lo vieron primero, enorme
sobre la ladera por la A41,
un Pegaso sin alas, las pezuñas
pateando la carretera a distancia.
Había aparecido durante la noche.
Una negra sombra en los matorrales,
galopando por encima de las puertas
de las fábricas en ruinas,
mirando hacia el este, hacia los pozos,
la boca abierta como si pudiera
tragarse el sol que se elevaba
por detrás del artilugio de las alas.
Se corrió la voz. Se congregaron multitudes.
Niños, dijo alguien,
pero cuando examinaron sus flancos
encontraron carbón puro,
carbón donde no había sido extraído
desde hacía años, donde las casas
todavía corren el riesgo de que las traguen pozos vacíos
y las colinas están surcadas por cicatrices.
Un regalo del subsuelo,
acarreando el pasado
de la tierra muerta. Ancianos
arrodillados por respirar el humo
de las emanaciones, un susurro
en sus oídos, alejándose
en silencio, los puños apretados,
las caras cubiertas de lágrimas.
Versión de Carlos Alcorta