MADRE MOSQUITO

Me dio un buen pinchazo; espero no haber roto sus alas
al apartarlo. Estábamos sentados junto a la ventana;
fuera, llovía sobre los esteroides. Su sonido era  entretenido
—arriba, abajo; apagado, impetuoso—  pero distante, pensé, leyendo
mi revista. Entonces sentí su imperceptible aguijón clavándose,
como si yo fuera sólo una parte del decorado, y nosotros estuviéramos
así durante mucho tiempo, su esponjosa cabeza roja toda brillante,
acrecentada por las succiones: leche, sangre, lágrimas, orina, semen.

Dime, ¿estaba más feliz allí en mi soledad,
tú alimentándote de mi brazo (Despreciando el espíritu difunto),
la emoción goteando morfina diluida a través de mí (No hay nadie más allí),
que cuando —poema, cuerda, tormento— no podía ver el cadáver
en el ataúd con los ojos cerrados (Sigue tu vida)?
Era un imperceptible aguijón, enorme, succionando lípidos, hasta que lo aparté.

Versión de Carlos Alcorta